Cierro mis ojos, tratando de viajar en el tiempo, a ese espacio dónde viví el Otoño con la intensidad de la adolescencia, donde recorrí caminos en la policromía de los Ocres, dónde los sueños volaban libres sin tiempo, razones, ni buscaban entender el porque de la vida misma,
Sueños que se fraguaban en vivir tan solo en la magia del buen vivir, de las ilusiones.
Es hermoso el color grisáceo del cielo, el vuelo de las aves que inician su resguardo al invierno, ese aire frío que nos envuelve venido del norte, el olor a tierra mojada, el desnudar de los árboles, e en este instante dónde el paso del tiempo es símbolo constante, época de cambios y transformaciones.
En la soledad o no, la nostalgia llega a quienes se regalan un espacio para pensar en las razones de la vida, Siempre he disfrutado del caminar por las calles, entre vientos y lloviznas, admirando los ocres de la vida, a pesar de que los Otoños no sean mi estación preferida, pero si es realmente y sin duda alguna el tiempo de retrospección.
Lo que más disfruto en este tiempo es la playa, el exiliarme sobre las arenas grises solitarias, repletas de gaviotas caminar y correr entre ellas, sentirme una mas entre la bandada, mirar el mar rugiente que se envuelve con su amada en la orilla.
Creo que silencio el murmullo interior y simplemente disfruto de lo que veo y de ese viento frío que juega con mis cabellos y me envuelve.
En mi letargo sobre ese arenal acompañada de mil gaviotas entiendo la razón que cada vez que puedo camino hasta llegar a ese lugar dónde mi ciclo de reflexión da comienzo, las añoranzas se tornan en recuerdos que rescato del añil, espacio dónde la soledad deja de ser temida para tornarse amiga, ayudándome a desempolvar las memorias que parecieran olvidadas y que resurgen y que abrazo con la intensidad misma de lo que ellas significaron en su tiempo. Despierta entonces esos sentimientos dónde me abrazo yo misma para sentirme esencia y recargo las ideas de un nuevo rumbo a seguir.